Isyesa

Anoche escuché a verdaderos poetas, a esos que plasman realidades en letras, los que muestran sus sentimientos y emociones en palabras que lejos de ser ocasos son amaneceres para el alma. Escuché realidades de amor y tristeza. Sentí el dolor de la pérdida y los aullidos del alma ante una maraña de lúgubres silencios. Miré a los ojos aquellos momentos de felicidad mezclados con los instantes de falencias, de miedos de odios y depresión. Sentí la necesidad de huir a mis pensamientos y organizarlos para poder catalizar la información que dan. Anoche, escuché cantar a los poetas de verdad, a esos autores de sonetos que hablan de dioses griegos que son reales , de besos que callan palabras o de amores que no se darán, pero que con su música sempiternos serán. Escuché guitarras preferir ser tocadas por manos conocedoras y proferir notas que rompían espacios y llenaban de inmensidad el alma. Anoche, descubrí cuál triste es la respuesta de la desolación, de saberse acompañado de la soledad, de sentir que no eres más que un grano de arena ante el mar y que solo el viento y el agua se llevarán tu verdad.

“Déjame abrazarte para saber que eres real” dijo ella, tocando el cabello y besando apasionadamente a aquel chico con mirada tenue que amaba. El robot desconectó la película de su lente visual. Lo guardó en la memoria y sonrió pensando en cuan cursis y románticas eran las películas de antaño.

Quería volver a sentir su respiración en la oscuridad, sus labios rozando los suyos, su piel rozando sus manos y su rostro, la ansiedad de sentir el pulso de su corazón o su cabello jugueteando en su cara. Quería… pero solo podía recordar esas últimas palabras “Hora del deceso 13:27”.

Miraba el techo contabilizado las horas, cada minuto que pasaba era uno a uno esa ansiedad que deseaba desaparecer, aquella que carcomía su alma. 1… 2… 3… Estaba tan embebido en el sonido del segundero, su lento pasar, que no detallaba qué hacía bastantes días el reloj se había detenido.